Parecía imposible que no, pero el frescor (algo) y las lluvias han llegado. Ahhh, la lluvia... qué refrescante, qué necesaria, sí... pero con ella también ha llegado una cosa muy bonita (principalmente para el sector infantil): los fucking charcos.
Este post no tiene ningún tipo de giro sorprendente: en el título menciono a Peppa (Pig) y luego hablo de charcos... es evidente que estamos inmersos en el momento "Charco que veo, charco sobre el que salto".
No quisiera yo cargar las tintas sobre la afamada cercita, creo que la atracción niño-charco es histórica. Seguro que ya en las cuevas nuestros antepasados disfrutaban mojándose los pinreles con las acumulaciones de agua (Y digo agua cuando posiblemente fuera su propio pis... Mira ahora por lo menos es en agua, eso que hemos avanzado. Bien por la humanidad).
Recuerdo de niña la maravillosa sensación de saltar sobre un charcazo del carajo, pero si os digo la verdad, lo que no recuerdo es por qué me molaba. ¿Por el salpicar? ¿Por ser agua fuera de lo que viene siendo un entorno bañera y/o piscina? A saber.
También recuerdo el día que terminó mi idilio con los charcos, el día en el que experimenté en mis carnes eso de que, efectivamente, no sabes la profundidad de un charco hasta que metes el pie en él. Ese día me tiré media mañana en el cole (la "metida de pata" literal sucedió a escasos metros de la escuela y ya no había marcha atrás) con ropa de repuesto (rasposa) que tenían en el centro, mientras la seño, con la paciencia del Santo Hobb combinada con la mirada asesina de Sauron, secaba mi ropa en la estufa de la clase. Y cuando digo la mañana digo LA MAÑANA ENTERA, porque sí, el charco era mucho más profundo de lo que nadie podía imaginar, y claro, ante la falta de suelo firme donde tú crees que lo va a haber pues... eso, que perdí el equilibrio y... y lo demás es historia. Historia mojada.
Aprovecho para lanzar un mensaje de paz y amor: Mamá, Papá, no pasaba nada por haber dejado una muda en el cole sabiendo como sabíais que mi atracción por el agua era inversamente proporcional a mis conocimientos en cálculo de profundidades acuáticas.
Bueno, en realidad no tengo nada que reprochar, el Karma (otra vez, no paras Karma, copón) ya se ha encargado de dejarme claro que eso pasa, aunque lleves al niño forrao en neopreno, con dos chubasqueros y unas botas de agua que le lleguen a los sobacos. También he de confesar añadir que es posible que en algún momento yo misma alguien animara al peque al grito peppapiggero de "¡Me encanta saltar en los charcos de barro!" (a lo que el peque contestó, en este hipotético caso, en un arranque de esos de hiperrealismo infantil que le dan, con un "Mamá no son de barro, son de agua").
Sí, el título de este post en realidad no era un reproche por la influencia de Peppa Pig en mi hijo, sino por la influencia en mí en los adultos que vemos ven dibujos animados y nos venimos se vienen arriba. Ejem. Total, empapaos todos.
¿Cómo vais por ahí de charquismos? ¿Se os han puesto ya los peques como una sopa alguna vez? ¿También... digoooo... ¿A alguno le ha pasado que ha motivado e incentivado a su retoño para que saltara en los charcos?
PD: según le estábamos comprando las botas de agua le decía a Migordi "Y con estas botas puedes saltar en los charcos, sí, como Peppa, verás cómo mola", porque sí, aunque no recuerde por qué molaba, recuerdo perfectamente CUÁNTO MOLABA. Larga vida a los charcos (y gracias, siempre, a la persona que inventó la lavadora).
Besitos de madre con salpicaduras.